Cobras: Un tributo a la vida

Ayer fui al CUM a conocer al Hermano Director… muy buena persona, tanto él como todos los profesores y alumnos que conocí… sentí un ambiente muy positivo en la escuela, definitivamente es una institución muy especial.

Esta historia me vino ayer a la mente mientras caminaba por las instalaciones y observaba con nostalgia las tribunas y el campo de football americano de esta escuela. Ahora luce ya impecable un campo sintético de usos múltiples, pero la esencia y las gradas siguen ahí intactas. En 1976 y 1977 un niño de 3 o 4 años observaba en esas gradas callado y pensativo las grandes batallas deportivas que año tras año se habían convertido ya en verdaderos clásicos y juegos del más alto nivel y de pronóstico reservado. Gamos del CUM vs. Club Cobras.

Hoy, 30 años después, ese niño de 3 o casi 4 años regresa a aquel lugar y su mente vuela, llevándolo de regreso hasta aquellos gloriosos días.

Esta es la historia.

Allá por 1970, mi hermano Ricardo (fallecido en 1988 a la edad de 32 años) regresó de la secundaria un día y le dijo a mi padre: “Papá, quiero jugar football americano”. Ricardo para ese entonces tenía como 13 años. Durante su parto, sufrió por lo complicado del mismo y por exceso de presión en su cabeza de los fórceps, fractura de cráneo. Esto provocó que al nacer tuviera afectaciones y limitaciones de movimiento en todo el lado izquierdo del cuerpo. A los siete años de edad, mi padre le operó los ojos para corregir la desviación y puedo decir que aunque completamente feliz, no tuvo una infancia completamente normal.

Al llegar a mi padre con este deseo, a mi padre que había jugado Football en Medicina de la UNAM y el México City College en Liga Mayor, se le partió el alma. Sin dudarlo, le respondió que sí, que buscarían el equipo… Sin embargo al reflexionar sobre ello, mi padre pensó que no toleraría que algún coach falto de experiencia o escrúpulos abusara de la condición física de mi hermano, o bien que la inmadurez de los muchachos provocara que él fuera objeto de burlas o de discrimación o lástima. La opción que vino a la mente fue por consecuencia hacer un equipo para mi hermano. De esta forma, mi padre lo podría entrenar personalmente, no permitiría de ninguna manera abusos, burlas o discriminaciones hacia mi hermano, y éste por su parte realizaría su sueño.

De tal forma, mi padre buscó un “terreno” para empezar a entrenar y lo fue a encontrar después de deambular por el Miguel Alemán y por varios campos del IPN, en unos terrenos desocupados de Zacataenco.

Comenzó a entrenar, repartió algunos volantes en la zona de Zacatenco, Lindavista. Guerrero y Santa María la Ribera y sábado tras sábado veía como el número de muchachos – de edades completamente dispares- aumentaba en la vieja y tradicional formación circular de calentamiento en donde mi padre sacaba del baúl de los recuerdos ejercicios y rutinas que él recordaba de las que le fueron enseñadas a él como jugador por el Coach Angelillo y el propio “Tapatío” Méndez. La idea inicial era juntar un grupo de 30 muchachos, comprar algunas utilerías usadas y cumplirle la ilusión a mi hermano, consiguiendo algunos partidos amistosos para que el pudiera vivir la experiencia del football americano.

¡La ingenuidad de mi padre fue muy grande! En menos de un mes ese viejo círculo donde un niño de 6 años realizaba las rutinas y ejercicios de flexibilidad y calentamiento, al lado de un muchacho de 14 años llegó a contar con más de 300 espontáneos participantes.

La voz se fue corriendo y coaches y padres voluntarios se fueron sumando al proyecto: – “¿Le puedo ayudar Coach?… Fui jugador de línea ofensiva en el Politécnico”… – “Doc Leal, podría colaborar con usted, fui jugador de Universidad y puedo entrenar línea ofensiva.” – “Doc, mi hijo juega en Politos, “¿puede integrarse a su grupo?” Y qué decir de los jugadores: – ¿Doc, quiero jugar? ¡Qué necesito?” – Solamente ganas – Pero ¿la cuota, la inscripción, los requisitos? – No te cuesta nada, lo único que necesitas es venir a entrenar, echarle muchas ganas y no faltar.

Este fue el inicio. El año 1970. Ese primer año, los resultados fueron los previsibles: Cero ganados, Un empate con los Gamos del CUM.

Al término de los juegos mi padre cruzaba el campo enseñándoles dignidad, orgullo y carácter a sus jugadores. Calladamente absorbía las burlas de los equipos y entrenadores contrarios y los comentarios irónicos de que nunca podría ganar con un equipo formado de “nopaleros”, de muchachos provenientes de las más bajas colonias de hogares destrozados y con un muy buen grado de desnutrición y sin motivación o “genética ganadora” en sus familias.

La respuesta siempre era la misma. Un seguro y orgulloso “Nos vemos el año que entra”.

Desde el final de la primera temporada, mi padre se dedicó a seguir entrenando todo el año. No había vacaciones ni descanso, ni los muchachos lo permitían. Como un auténtica “plaga” diariamente acudían al campo a practicar jugadas y a mejorar su técnica. Las 30 utilerías iniciales que cada equipo se iban “prestando” al término de cada juego para que las categorías menores pudieran jugar, fueron resultando insuficientes y poco apoco mi padre fue adquiriendo, -todo con el producto de su trabajo como oftalmólogo y los ingresos de su consultorio- más utilerías, que compraba en San Antonio con el famoso Alex Acosta. Tal magnitud llegó a tener la organización que llegó un momento en que contaba con dos equipos en algunas categorías, es decir “Cobras Morado” y “Cobras Blanco”.

En Cobras, no se cobraba cuota de inscripción, ni se cortaba a nadie. Todos eran bienvenidos y todos eran tratados con igualdad y el objetivo era que cada uno desarrollara sus habilidades personales y pudiera disfrutar de este deporte.

Anécdotas sobre el quipo sobran, tales como aquellos árboles que servían como dummies -a falta de ellos-, los “carachos” de mi padre cuando las cosas no salían o alguien entrenaba a medias y los enojos de mi padre que con camisa de cuello y corbata repentinamente pedía una utilería, se encajaba las hombreras y ajustaba el casco y así, con pantalones de traje o casimir, la práctica tomaba nuevas dimensiones en cuanto mi padre se abrochaba el barbiquejo y empezaba el bloqueo y tackleo de verdad.

El equipo fue distinguido en los años que van de 1970 a 1980 como “El mejor equipo de Football Americano en México” trofeo que orgullosamente se acomoda ahora sobre un librero en la oficina de mi padre junto con muchos otros reconocimientos y su viejo casco de cuero azul con el que él jugaba en Medicina de la Universidad.

Juegos y rivalidades de leyenda son objeto obligado del recuerdo al mencionar las auténticas batallas que temporada tras temporada enriquecían el football americano en nuestro país. ¿Quien no recuerda esos cardiacos duelos entre Cobras y Gamos del CUM en donde la pasión desbordaba al emparrillado e inundaba las tribunas? Los grandes juegos librados entre equipos que eran auténticas potencias como los ahora extintos Espartanos, los también extintos Friends, los Pieles Rojas, los Cheyennes, los Redskins, los Cherokees, los Bucaneros, el Francés Hidalgo, el Club Parras y las inolvidables batallas en contra de sus acérrimos rivales Frailes del Tepeyac.

Adversarios de tal calidad comandados por personalidades como el Gallo Rodero, El Canario Morales. El Padre Edwin y leyendas vivientes como el Coach Bodega y el Chapis, todos ellos entrenadores que grabaron con fuego su nombre en lo que constituyó toda una época de oro en la historia del football americano infantil y juvenil de México.

Regresando al Club Cobras, me remonto al final de su primera temporada, aquella en donde no ganaron ningún juego y empataron sólo uno con los Gamos del CUM… Al año siguiente, durante los primeros entrenamientos de preparación para la segunda temporada, mi padre guiaba los ejercicios del grupo de muchachos en aquel viejo círculo de calentamiento y sorpresivamente al ver a mi hermano, se percató de que todas las limitaciones motrices y los problemas de coordinación que él tenía habían desaparecido: Su organismo había dado de si con el ejercicio y la sana competencia y había adquirido todas las habilidades de un cuerpo normal.

Médicamente eso no era posible ni había explicación para ello, por las lesiones cerebrales que había sufrido durante su parto. Ningún neurólogo supo en el resto de su vida cómo había sido posible que esto ocurriera. Sin embargo ahí estaba él, moviendo su cuerpo, saltando y coordinando al igual que cualquier otro muchacho. Sobra decir que con el tiempo y la experiencia mi hermano resultó ser un gran deportista, y al día de hoy en mi escritorio luzco orgulloso un recorte de periódico color sepia con su fotografía y la leyenda “Ricardo Leal, un auténtico valor en el Tackle”.

Este fue el legado de aquel equipo humilde y bravo, que vestía orgulloso y hacía grandes e inconfundibles los clores Morado y el Blanco.

Con el tiempo, mi hermano que estaba destinado a ser un “discapacitado” más en el mundo fue un excelente odontólogo, capaz de manejar con ambas manos y una gran maestría la pinza de extracción y la fresa, mientras que por su parte, un gran número de aquellos muchachos provenientes de “las colonias más bajas”, de hogares destrozados y cuyo destino aparentemente eran las drogas, el vicio y la perdición, veían cómo se les abrían puertas y destacaban como grandes figuras del football americano nacional en el máximo nivel, y muchos otros cambiaron su visión de la vida y el día de hoy caminan de la mano con sus hijos en los diferentes campos de entrenamiento como orgullosos padres y exitosos profesionistas.

Club Cobras, definitivamente un auténtico tributo a la vida y todo un triunfo de ella.

Con dedicatoria especial para mi hermano Ricardo Gabriel Leal (RIP) y para el legendario y queridísimo Coach Saldaña (RIP).

Gabriel E. Leal
2 de noviembre de 2007


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